
La primera media hora he maldecido no tener un hombre en casa. Aunque me considere una mujer polivalente hay ciertas tareas que hoy en día todavía no domino por ser éstas normalmente trabajo exclusivo de hombres. No sabía que tipo de lija necesita una lijadora, pensaba que eran medidas standard (¿cuantas maquinas infernales de esas hay en el mercado?), ni si el barniz tenía que ser satinado, mate o brillante, cuantas capas le iba a dar y si previamente la madera en cuestión tenía un protector especial. ¡ Sólo quería barnizar mis mesas y sillas de la terraza !.
Poner en marcha la susodicha maquina tampoco ha sido fácil. Sí, vale, enchufar y darle al ON. Pero tendrían que haberme avisado de la repentina vibración y que debía sujetarla bien fuerte. Casi me lijo las uñas de los pies. Primera mesita ok, no me ha dado mayor problema y pensaba que ya tenía dominada a la m... maquinita. ¡Ilusa de mí!. Ahora entiendo porque me ha pedido la medida de las lijas. A la segunda mesa ha empezado a saltar. No ha habido forma de sujetarla y he acabado dando un lijada superficial. Total, tampoco les hacía tanta falta.
Empezar con el barniz ya me ha hecho cambiar la cara. Me encanta pintar. Con una brocha en la mano soy peligrosa mientras hay pintura en el bote. Al final he reunido las tres mesas, un banco y tres sillas debajo la pergola en fila india esperando su maquillaje. Pensaba comprarme este año un juego de terraza que vi muy bonito por 170 euros, pero el reciente recorte de horario y salario me había hecho desistir de tal compra, de ahi que haya echado mano del bricolage. Y mientras iba barnizando me he alegrado de mi decisión. No hay mesas nuevas de teka que puedan sustituir esos momentos en los que te dedicas en cuerpo y alma a enderezar esos trocitos de madera que me han acompañado en mi casa desde el primer día hace ya casi diez años, ni el banquito que mi padre ha estado a punto de tirar y con el que me voy a hacer un pequeño rinconcito de lectura con la mecedora de mi abuela. Ésa que mi madre tambien quiso tirar hace tres años cuando ella murió. No entiendo esa mania de deshacerse de todo objeto que pueda evocar a alguien que ya no está. Mi madre decía que no podría soportar ver la mecedora ( en donde estuvo sentada mi abuela durante tantos años ), que si algun dia la veía moverse se moriría ella del susto. Por supuesto que me la quedé yo. Y hasta ayer estuvo guardada en mi garaje esperando el momento que yo la rescatara. Suelo ser como mi madre de miedica (una mala experiencia me hizo así) pero esta vez no. Supongo que quise tanto a mi abuela que saberla a mi lado solo me llena de calma y no de pavor. Y hoy he sonreido mientras barnizada con todo el cariño del mundo esa vieja mecedora. Sé que mi abuela estaría contenta si viera como la he dejado. Quizás no la mejor del mundo, una ha hecho lo que ha podido con la brocha, pero ha quedado reluciente y esperando ser usada de nuevo. Tambien me imagino a mi abuelo, su marido, sonriendo a su lado. La fabricó él para ella, era carpintero. Quizás por eso me gusta tanto la madera.
He tenido que parar cuando apenas había ya luz que me permitiera seguir barnizando y la vecina me ha gritado que estaba loca, si acaso no veía los nubarrones que se acercaban amenazantes. No me importa, mañana pienso seguir, truene, llueva o nieve.
Seguir despues con una revitalizante ducha (digo revitalizante porque por primera vez ha sido con agua fresquita y no hirviendo como suele ser habitual), y un shandy ha sido el perfecto colofón para esa sensación del trabajo bien hecho, de sentirte a gusto con el día que ya termina, orgullosa de como he aprovechado hoy mis ratos libres.
Hoy no creo que haya fantasmas en mi cabeza.